El diccionario define a la autoestima como “un conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos, tendencias de comportamiento dirigidas hacia nosotros mismos…”
En resumen, es la percepción evaluativa que nosotros mismos nos hacemos.
Algunos estudiosos de la psicología humana han especificado que la expresión de aprecio más sana es la que se manifiesta en el respeto que le merecemos a otros, que no es el renombre o la celebridad, sino lo que realmente sienten al interactuar con nosotros.
Todos construimos una imagen mental de quiénes somos, qué aspecto tenemos, en qué somos buenos y cuáles son nuestros puntos débiles.
Nos formamos esa imagen a lo largo del tiempo pero gran parte de esa autoimagen se basa en las interacciones con otras personas y en las experiencias vividas.
El problema surge cuando esa autoimagen que cada uno hace, no resulta buena.
Eso afecta directamente a la salud emocional y también puede tener serias repercusiones en la salud física.
Porque una persona con una autoestima devaluada, emocionalmente va a estar perturbada y eso tiene efectos psicosomáticos importantes.
La autoestima es clave como fundamento del bienestar, por eso debemos cuidarla.
Sentirnos devaluados hace que los demás, casi automáticamente, nos traten también como si tuviéramos menos valor.
Esto en la vida cotidiana se traduce en “no te ví”, “no me dí cuenta de que estabas”, “no escuché tu opinión”, etc. ¡A nadie puede hacerle bien eso!
¿Cómo se construye la autoestima?
Son muchas las vertientes que construyen la autoestima.
La primera viene de fábrica: relaciones vitales en los primeros años de vida, vínculos que nos dan el fundamento de lo que somos.
Es muy importante el vínculo con la madre y el padre porque se da desde una etapa en la que esa pequeña personita no tiene la capacidad de elegir, por su corta edad.
Así que esos vínculos familiares la van moldeando sin que pueda oponer resistencia.
Sin dudas hay un componente que cargamos desde la infancia, que en muchos casos es hermoso y constructivo, pero que en otros fueron destrozados o desnutridos.
Esos vínculos comienzan a marcar los fundamentos de la autoestima, pero una vez que ese niño crece y puede tomar conciencia de sí mismo, ya está en condiciones de seguir construyendo esa autoestima con herramientas propias.
Aún con un mal origen, cada persona puede mejorar su autoestima a partir de buscar buenas compañías, interrelaciones que construyan, capacitación y esfuerzo para lograr metas, y el muy importante cultivo de una “vida interior”, el factor espiritual que todos poseemos como seres integrales, pero que lamentablemente solemos dejar olvidado.
Diferencia entre autoestima y búsqueda de aceptación
Debemos tener mucho cuidado en no confundir autoestima con buscar el aplauso de la gente.
Nunca lograremos agradar a todo el mundo, y si eso, y solamente eso, es nuestra meta, casi con seguridad nos sentiremos permanentemente frustrados.
Porque la opinión de los demás puede resultar muy inestable, ¡puede suceder que ni siquiera se tomen el tiempo para valorarnos!, así que no podemos basar nuestra autoestima en la opinión ajena.
Eso no debe ser determinante, porque de lo contrario seríamos títeres de esas opiniones externas.
Mucho menos podemos evaluarnos a partir de “vales por lo que tienes”.
El valor monetario del automóvil, la ropa, la casa que tengamos, no debe definirnos como persona.
¡Cuidado con este aspecto!, porque es una patología muy instalada en la sociedad, un error en el cual caemos con demasiada frecuencia.
Lo que tengo como bien material, de un día para el otro puedo perderlo. En cambio lo que soy como persona, puedo seguirlo cultivando y mejorando por encima de cualquier circunstancia que la vida me presente.
Ni la opinión de los demás ni las posesiones materiales pueden ser el fundamento de la autoestima, porque ambos con muy inestables.
¿Cómo se manifiesta la baja autoestima?
Debemos entender que la baja autoestima es un trastorno, una enfermedad del alma, del ser interior más profundo, y tiene síntomas que a veces se visibilizan enseguida y otras demoran un poco más, pero existen y hacen daño.
Cuando una persona se juzga a sí misma muy duramente, con o sin motivos, se autoflagela colocándose una “mala nota”, haciendo una autoevaluación que le quita méritos y la empobrece como ser humano, se está autominimizando de manera dañina.
Puede incluso llegar a perder la capacidad de ver sus virtudes y solo centrarse en sus errores. Eso enferma mucho.
En cambio cuando la persona logra entender cuán importante es dejar de victimizarse, replantearse los valores que están dirigiendo su vida, agradecer por lo que tiene sin vivir llorando por lo que le falta, comienza a autoevaluarse sobre bases sólidas y estables, y eso le permitirá construirse realmente y crecer como persona.
Todos los quehaceres humanos y las opiniones humanas son inestables, así que no se puede basar la autoestima en nada de eso.
En todo caso serán ingredientes a tener en cuenta pero no deben ser la base de nuestra autoevaluación.
La mejor forma de evaluarnos
Quien nos creó lo hizo evaluándonos de la mejor manera: a su imagen y semejanza.
Todo lo que pasó después en el mundo hizo que hoy esa imagen esté devaluada en muchas personas. Así que lo mejor que podemos hacer es volver a mirar a aquel origen, al ser humano creado perfecto, al que Dios considera nada más y nada menos que su hijo.
Somos hijos de Dios. Ese es el verdadero valor, más allá de las vueltas de la vida que se empeñen en degradarnos y enfermarnos.
Nuestro valor está puesto por alguien muy superior a cualquier circunstancia: el dador de la vida.
Basemos allí los fundamentos de esa evaluación que permanentemente hacemos de nosotros mismos y veremos cómo cambian las percepciones, los sentimientos, cómo desaparecen las frustraciones para dar lugar a oportunidades de mejorar como personas.
El secreto está en el fundamento. Comprendiendo eso estaremos en condiciones de reevaluarnos, y sin dudas veremos cómo nuestra autocalificación, la autoestima, comienza a subir.
No demoremos en comenzar ese saludable proceso.
Columnista: Lic. Daniel Wengrovsky, SANATORIO ADVENTISTA DEL PLATA
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