Ansiedad ante la enfermedad en tiempos de coronavirus

¿Cómo evitamos que la vida se transforme en una patología en sí misma?

Columnistas

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30 de abril de 2020

Cuando hablamos de preocupaciones solemos generalizar el término y englobar a muchas sensaciones, todas muy válidas: angustia por algo que no podemos resolver, miedo por algo que consideramos muy grave o
peligroso, o ansiedad porque queremos que determinada situación se resuelva de inmediato. Pero suelen ser cuestiones que no se logran tan rápidamente.

Cuando esa ansiedad se torna inmanejable, nos puede acarrear una cantidad de problemas de salud que solo empeoran la situación.

Los trastornos de ansiedad son altamente prevalentes en la actualidad, y se ven potenciados por esta situación de pandemia, aislamiento y obligaciones en la que estamos todos inmersos.

Pero debemos por todos los medios evitar que esa ansiedad llegue a extremos patológicos, y estar preparados para enfrentar los miedos de manera saludable.

¿Qué es el trastorno de ansiedad por enfermedad?

El trastorno de ansiedad por enfermedad es la preocupación excesiva, el miedo a contraer una enfermedad a tal grado, que prácticamente la persona se pasa todo el día pensando en eso.

Es normal y se espera que estemos atentos y ocupados en cuidar de nuestra salud; hacer prevención; pero en el caso del trastorno de ansiedad
por enfermedad se da una preocupación obsesiva, la persona no puede quitarse el tema de la cabeza.

¿Cuáles son los síntomas?

Una característica de estas personas que están obsesionadas con la enfermedad (y que en estas épocas está sucediendo muchísimo) es que además de ocupar su mente excesivamente en pensar, también ocupan
enormes cantidades de tiempo en consultar respecto de la enfermedad, mirar todas las noticia que se emiten al respecto, buscar en internet videos explicativos de toda índole.

Entonces, algo que puede parecer tan saludable como buscar información, se torna una obsesión a tal punto que ni siquiera se habla de otra cosa.

El trastorno nunca es bueno, porque invade negativamente varias áreas de la vida de la persona: sus pensamientos, sus actividades, su vida familiar.

Incluso, en el caso de que efectivamente la enfermedad llegue, la persona estará con tanto miedo y angustia que a los síntomas propios de la patología se le agregan el no poder dormir, no asimilar correctamente los alimentos y otras varias reacciones que el organismo presenta como respuesta a ese estrés excesivo.

Hay que tener en cuenta que esto que puede comenzar por ser una
“simple” preocupación por la enfermedad y luego puede convertirse en un padecimiento de ansiedad crónica e incluso en una depresión, con todo lo que ello implica.

Diferencias entre patología o simple preocupación

Hay que tener mucho cuidado en definir si estamos tensos por alguna situación en particular pero podemos alivianar esa preocupación buscando recomendaciones adecuadas y razonando respecto a qué podemos hacer
al respecto y qué no, o si nuestra preocupación está atravesando los límites de lo que es nuestra propia normalidad y estamos yendo a límites extremos.

Estos límites pueden ser: sobreinformación (estar todo el día
leyendo y compartiendo en las redes cuanta publicación nos llegue respecto a la enfermedad), angustia personal y mucho miedo a contagiarnos o a que un miembro de la familia se contagie.

Si bien el miedo existe, la diferencia entre asumir la situación de manera saludable o no, radica en que nos mantengamos en equilibrio, dando a cada cosa su lugar.

Pero si esa preocupación lleva al límite de perder el disfrute por las
cosas cotidianas, no poder sonreír, estar desganado, perder la motivación por hacer cosas nuevas, sentirse cansado aunque no haya hecho casi nada en todo el día, estamos claramente frente a un cuadro de ansiedad y eso debe reconocerse para poder darle el tratamiento adecuado.

Porque insisto en esto: si efectivamente llega la enfermedad, esta persona que está angustiada en extremo, no estará física y mentalmente capacitada para enfrentarla y superarla.

¿Cómo se tratan hoy estos problemas con el aislamiento social?

Anteriormente a esta pandemia se daba que las personas acudían al consultorio del profesional de bienestar mental por angustia relacionada a tener cáncer o alguna otra enfermedad grave.

Nuestra responsabilidad es guiarlos siempre hacia el razonamiento de cada situación, definir las probabilidades de que realmente padezca
la enfermedad, tratar los síntomas que presentara el trastorno que estaba padeciendo.

Hoy la situación cambió tanto que estamos todos obteniendo más o menos la misma información en simultáneo respecto a cómo impacta el COVID-19 en los diferentes países, cuán letal es, qué tratamientos están disponibles, etc.

Y a esto le agregamos que las consultas con el profesional de la salud mental deben realizarse por medios digitales, ¡o sea que se agrega otra complicación!

Como profesionales, nos encontramos de pronto con que debemos evaluar y diagnosticar al paciente online.

Porque esa adaptación necesaria que todos estamos
teniendo para poder manejarnos casi al 100% a través de los medios digitales (compras online, reuniones familiares únicamente a través de videollamadas, charlas con amigos sin poder verlos, etc.) aportan en sí
mismas una gran cantidad de ansiedad.

Ansiedad por no poder concretar una compra, por no manejar
apropiadamente los mecanismos digitales (porque aún no nos familiarizamos con ellos), por sentir que “esto no es para mí” y que no estamos capacitados para esta “nueva normalidad”.

Así, como profesionales, nos encontramos de pronto con que debemos evaluar y diagnosticar al paciente a través de la computadora o el
celular. ¿Es igual a hacerlo personalmente? No, pero es lo que nos toca en este momento, y lo mejor que podemos hacer es adaptarnos para poder seguir siendo eficientes y productivos. Si nos abandonamos al “yo no puedo, esto no es para mí”, nos ganan la ansiedad o el desánimo.

Fíjate que en estos momentos nos llega tanta información referida a los síntomas del coronavirus que incluso un leve dolor de cabeza puede resultar un disparador de gran estrés para una persona: “¿me habré
contagiado?”, y no sabe si tomar un analgésico (como lo haría habitualmente) o no hacerlo, si llamar a su médico para hablar del dolor de cabeza, si es poco o mucho el síntoma, etc.

Y ¡ni hablar si alguien de la familia comienza a tener fiebre!, un síntoma que en otro momento podría ser un indicador de alguna gripe leve o
algún proceso de rápido tratamiento, hoy se ha transformado incluso en un separador social porque nos miden la temperatura para autorizarnos o no a transitar por determinados lugares.

Situaciones que jamás se nos habían presentado hasta ahora. Todo esto nos carga con un estrés adicional al miedo natural y lógico de un contagio.

Pero no debemos dejar de mencionar que efectivamente existe un miedo latente en toda la sociedad actual referido a los resultados que puedan darse en la familia, en la comunidad, en el país, respecto a esta
enfermedad.

No buscamos este miedo, está instalado entre nosotros desde el mismo momento en que se sabe que muchas personas mueren a diario por causa del virus.

Pero aún en ese marco, mantenernos prevenidos, alertas y cuidadosos, no es lo mismo que dejarnos arrebatar por la obsesión al respecto.

¿Qué podemos hacer para no obsesionarnos?

Estar preparados no es lo mismo que estar obsesionados. Es importante que sepamos detectar cuándo la preocupación por esta enfermedad está afectando mi calidad de vida, incluso esa calidad de vida que ya se ve
afectada por la cuarentena y el aislamiento.

Debemos reorganizarnos para que aún inmersos en nuevas
formas de vida cotidiana, la preocupación no nos paralice.

Que el miedo a contagiarnos no sea tan invasivo que no nos permita salir a hacer compras sin temerle a todo lo que tocamos o a cada persona que se nos acerca.

Prevención sí, temor no. Agarro un producto o el picaporte de una puerta normalmente, y después me lavo bien las manos evitando tocarme la cara en ese intervalo; pero no dejar de tocar cosas por miedo a
que todo contagie.

Evitemos que la vida se transforme en una patología en sí misma.

Si notas que toda esta situación te está llevando a no poder manejar tus pensamientos, que recurrentemente giran en torno a la pandemia y sus posibles y terribles consecuencias, busca ayuda con algún profesional de la salud mental quien podrá guiarte en el proceso de lograr más tranquilidad y preparar la mente y el cuerpo para cualquier posible situación.

También te recomiendo que revises tu vida emocional y espiritual. ¿Por qué esto te está afectando a tal punto que no puedes pensar en otra cosa? Utiliza este tiempo de aislamiento social para reflexionar sobre tu propia
vida, toma el teléfono y llama a tus familiares y amigos y diles cuán importantes son para ti.

Dedica tiempo a orar: nadie te conoce más que tu propio Creador. No está nada mal pedirle fuerzas adicionales, paciencia adicional y un poco más de tranquilidad mental. Porque son herramientas muy necesarias en este momento.

Si sientes que no las tienes ¡pídelas al Creador de todas las cosas!, y permítete relajarte frente a toda esta situación.

Ninguno de nosotros puede manejarla completamente, así que hagamos lo que esté a nuestro alcance, acatemos las medidas sanitarias que se nos imponen para la vida en comunidad y confiemos.

La confianza nos otorgará paz mental. El seguimiento de las medidas sanitarias nos brindará protección.

Es una muy buena combinación de fuerzas para transitar esta época de pandemia de la mejor manera posible.

Dra. Evangelina Melgar
Especialista en Psiquiatría
Servicio de Bienestar Mental, Sanatorio Adventista del Plata

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