Capellán. ¿Qué es un capellán? Es la pregunta que muchas veces me hacen los pacientes cuando los visito en las piezas en las que están internados.
Algo que es muy importante para la tarea de un capellán es el hecho de escuchar activamente lo que comunican los pacientes y/o sus familiares.
Lo interesante es que mucho de la escucha no se hace solo con los oídos, sino también con los ojos, ¿con los ojos? Sí, con los ojos.
Algunas veces las palabras que escuchamos no concuerdan con las expresiones de los rostros.
Esto no sucede siempre, pero, en ciertas ocasiones he escuchado decir en palabras un “estoy bien”, pero el rostro de la persona manifestaba una angustia latente.
Me pregunto cuánta gente anda por la vida con una sonrisa dibujada de oreja a oreja, sin embargo, en su interior y/o en los momentos de soledad los temores, la angustia o el dolor los dejan devastados.
Tienen un nudo en la garganta y se lo guardan allí hasta que explotan.
Esto no es raro que suceda. No son solo los “débiles” los que sienten estas emociones.
Es parte del ser humano. Incluso Jesús mismo también sintió angustia. Quiero contarte un poco qué hizo él en esos momentos de dolor y aprender de su experiencia.
Un ejemplo de cómo manejar la angustia
Por mucho tiempo Cristo Jesús se había dedicado a orar por los demás. Pasaba noches enteras orando por sus discípulos, por el pueblo e incluso por aquellos que no lo querían.
Pero llegó el día en que él necesitó que alguien orara por él y le diera su apoyo porque no se sentía bien. “Mi alma está muy triste hasta la muerte” fueron sus palabras.
Se dirigió al jardín de Getsemaní con sus discípulos, ese huerto al que en tantas ocasiones había visitado para meditar y orar, pero nunca con un corazón tan lleno de tristeza como esta noche de su última agonía.
Jesús buscó un momento a solas, pero también deseaba que sus amigos oraran por él y se quedaran cerca.
Ellos nunca antes le habían visto tan completamente triste y callado. Y allí en la oscuridad y soledad de aquel jardín, Jesús abrió su corazón a Dios, su Padre, y después de mucho tiempo oró por él mismo.
Le dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras”.
Sus amigos se habían quedado dormidos. La angustia de Cristo empeoraba. Por segunda vez oró diciendo las mismas palabras. Y volvió con ellos, pero seguían durmiendo.
Con amor les dijo: “Velen y oren para que no entren en tentación…”. Se retiró nuevamente y volvió a orar por tercera vez, angustiado aún, le dijo: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”.
En esta última oración Jesús se acerca a Dios con una actitud de aceptación. Entiende que esa es la voluntad de Dios para él y que no lo dejará solo, sino que lo fortalecería para enfrentar lo que venía.
¿Cuál debe ser mi actitud?
Querido amigo, en sus peores momentos de angustia, Jesús volcó todas sus luchas en manos de Dios a través de la oración. No dejó de orar hasta que se fortaleció en el Señor.
No sé cómo estás hoy. Pero sea cuál sea tu lucha, te animo a que tú también le abras tu corazón a Dios.
Puedes hacerlo con las palabras que te salgan, incluso en esos silencios que solo Dios sabe y entiende.
Mientras caminas, parado, arrodillado, sentado, acostado, como sea, no dejes de orar.
Muchas veces pensamos que para orar o rezar debemos asistir a una iglesia o ser devotos religiosos.
Permíteme decirte que Dios puede escuchar tus oraciones donde sea que estés. Esto no quiere decir que no vayas a la iglesia, sino que no esperes ir a un templo para empezar a orar.
O incluso si no te sientes digno o piensas que tu pasado te condena y que Dios no puede escucharte a ti por lo que tú eres, déjame decirte que Dios anhela escuchar a sus hijos por más pecadores o terribles que sean, así como todo padre anhela por la presencia de sus hijos.
Él te recibe así como eres. No rechaza a nadie que se acerca humildemente a él.
Algunas veces los pacientes me dicen: “Capellana, ore por mí. Dios te escucha a ti”.
Es verdad que Dios puede escuchar mi oración. Pero también oye la oración del paciente y la de cualquier persona. No le interesa solo las oraciones de aquellos que se consagran a las tareas pastorales o ministeriales.
Repito: Dios escucha a todos, él no hace acepción de personas, no tiene favoritismos. Un sacerdote, un pastor o un capellán pueden orar por ti, pero ninguno de ellos puede conectarte con Dios de la manera en que tú mismo puedes hacerlo.
Por lo tanto, querido amigo, te animo a que no dejes de orar hasta que sientas esa paz que solo el Señor puede dar.
Lleva tu angustia a Dios con tus palabras. Puedes buscar un lugar a solas y desahogarte en esos momentos de oración. Dios te escuchará.
Bibliografía:
- Juan 6:37
- White, Elena G. El Deseado de Todas las Gentes . Capítulo 74.